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Castilla Termal Hoteles ha trabajado desde 2005 en recuperar el patrimonio para que sus alojamientos de Castilla y León y Cantabria puedan seguir conservando y promoviendo su historia.
Este año lanzamos el primer concurso de relatos ambientados o inspirados en nuestros hoteles, en una acción con la que buscábamos sumarnos a la celebración del Día Internacional del Libro.
La participación ha superado las expectativas: más de un centenar de amantes de la escritura se animó a compartir su relato a través de la aplicación que desarrollamos para esta acción. Muchas gracias a todos por el tiempo dedicado, con ellos habéis contribuido al legado de estos edificios históricos que son pura inspiración.
Hemos disfrutado con la lectura de historias ambientadas en Olmedo, El Burgo de Osma, Solares y Monasterio de Valbuena.
Precisamente Monasterio de Valbuena fue el lugar elegido por el jurado para deliberar sobre los textos y seleccionar a los ganadores.
El periodista y escritor Carlos Aganzo, el poeta y profesor Fermín Herrero, y Lidia Casado, experta en animación a la lectura y profesora de escritura dedicaron varias horas a revisar cada relato antes de tomar la decisión final.
1er PREMIO. Noé Fernández Sánchez, relato inspirado en Monasterio de Valbuena (Bono regalo Escapada Termal 4* una noche de domingo a jueves)
"Fidel condujo nervioso casi una hora hacia el sur desde Valladolid. Tamborileaba el volante con los dedos al son de un tema de un cantante latino con un bigote extravagante al estilo de Dalí que le gustaba a Clara. Miró el asiento vacío del coche de alquiler y suspiró. «Pronto nos veremos, ya no queda mucho». Atravesó un mar verde de cultivos hacia su destino: Olmedo. Dejó atrás una muralla de piedra y avanzó despacio hacia una construcción en la que destacaba un antiguo campanario coronado por tres nidos de cigüeña. Se quedó en silencio, contemplando la entrada del hotel. Jugueteó con su alianza, que relucía dorada en su dedo como una cadena que le ataba a una rutina monótona. Pensó en quitársela, pero decidió no hacerlo. «Si ya sabe que estoy casado». —Bienvenido al hotel Castilla Termal Olmedo —una joven le saludó tras un mostrador de madera oscura, registró sus datos y le dio la llave de la habitación. —¡Fidel! ¿Pensabas empezar sin mí? Se volvió y contempló a Clara. El sol hacía brillar su melena rubia y rizada como el halo de un ser sobrenatural. Ella se echó en sus brazos y estampó un beso cálido en sus labios, más largo y húmedo de lo prudente para el hall de un hotel. Al separarse, se sumergió en unos ojos verdes que parecían chispear. —¿No te alegras de verme? —preguntó mientras jugueteaba con uno de sus rizos. —¡Claro! —admitió con unos nervios impropios de sus cuarenta veranos, y volvió a besarla. —No seas impaciente, deja algo para después. Un poco más tarde, entraron de la mano al balneario. El olor a humedad y sales le confortó. La piscina azul turquesa ocupaba el centro del claustro de un antiguo monasterio. El borboteo de burbujas y chorros de agua resultaba relajante, acompañaba al repiqueteo de la lluvia en la cubierta de cristal. —Voy a probar las camas de burbujas —susurró Clara en su oído, rozándole con sus labios. Se recreó en su figura, todavía esbelta a pesar de dar a luz a dos hijos. Nadó con agilidad hasta el otro lado de la piscina y se tumbó como una sirena llamando a su particular Ulises con un canto silencioso y un guiño. Se recostó junto a ella, cerró los ojos y sintió el cosquilleo del aire en su espalda. «Debería hacer esto más a menudo». Notó un ligero mareo cuando subieron a la habitación después de cenar, que atribuyó al vino y los nervios. Al entrar en la habitación, empujó a Clara contra la pared y comenzó a besarla. Ella se retorció contra su cuerpo, dejándose llevar, pero pronto le cortó. —Espera un poco, Fidel. Esto no está bien… —Pero Clara… ¿ahora te vas a arrepentir? Se tumbó en la cama, exasperado. —Sólo un momento —se excusó ella, mientras sacaba su móvil del bolso. —Prometimos olvidarnos de todo, al menos por esta noche. Ella marcó un número. —¡Hola, mi amor!… Es mejor que no hayas venido, te aburrirías…—Clara puso los ojos en blanco y sonrió—. Espera, te paso a papá. —¡Hola campeón! Habló un ratito con su hijo mayor y devolvió el móvil a su esposa. —¿Todo bien, mi vida? —Sí. ¿Por dónde íbamos?"
2º PREMIO. Icíar Muguerza López, con su relato "El Caballero" inspirado en Castilla Termal Olmedo (Bono regalo Alimenta tu bienestar 4*)
“Amor, no te llame amor el que no te corresponde…"… "Un poco de Lope es bueno para los desengaños", pensó. "Lope, un Ribera y una chocolatina, el pack completo de escritura y desamor". No quería ser frívola, pero por delante tenía una noche de ordenador y exámenes por corregir. Un sacrilegio, eso de llevárselos al balneario. "Ah, sí, y un albornoz, cúspide del sibaritismo", y se estrechó un poco las solapas, para que cubriesen su pecho, refugiándose en el rizo caliente y suave. "Esta noche le mataron/ al Caballero, /a la gala de Medina, la flor de Olmedo"… Le gustaba aquello de inventar juegos literarios para sus alumnos; encontraba que ellos se mostraban más predispuestos a involucrarse si se sentían protagonistas. "¿Por qué tiene que morir el Caballero? ¿Podéis imaginar otro final? ¡Un diez si además salváis a doña Inés!" Se preguntaba de dónde salía ese impulso de buscar siempre un final feliz para las ficciones más o menos trágicas que leían en clase. Quizás ese mismo afán reparatorio era el que aplicaba a su propio corazón. Enseñar la palatabilidad de una sonrisa… Con eso ya les daba por preparados. La vida no era tan complicada, aunque ahora se abriese como un abismo ante ellos. Jugueteó con sus pies desnudos. El suelo irradiaba. Dejó que se deslizasen por el parqué y se sentó con un bolígrafo en la mano. Quizás esta noche encontraría, por fin, su "verso rhema", su pequeña revelación propia. "Un verso para cada descalabro", sonrió. "Que como el tiempo se pasa, se pasa la hermosura". Éste era bueno, pero tampoco era suyo. De nuevo Lope. Aquella tarde se lo había repetido, bajando peldaño a peldaño hasta la piscina termal, sintiendo cómo su cuerpo cansado revivía con el agua. Llamaban a la puerta. Se levantó a abrir, aún con el bolígrafo en la mano. - Buenas noches. - Buenas noches, adelante. Le traían una botella de vino que ella no había pedido. - Es para usted, sin duda. Es su número de habitación. Si no desea abrirla puede llevarla de vuelta a casa, pero trae una tarjeta. - ¡Ah, vale! Muchas gracias, feliz noche – se despidió. Apoyada en la puerta entrecerrada examinó el sobre de color vainilla. La tinta y la pluma parecían lopescas, qué broma tan divertida. Pero ¿de quién? "Habéis pagado mi amor", decía, y firmaba "Alonso". Prorrumpió en una carcajada. ¡Para ella nada era inverosímil! El Caballero vivía, ¡y se había fijado en sus sesenta redacciones sin corregir y en su pequeña libreta vacía de apuntes! ¡Qué inspirador! Se sintió deliciosamente observada… ¡Qué maravillosa idea haber venido a aquel balneario! Mirándose de reojo en el espejo comprobó que su dulce desaliño era lo suficientemente encantador, y se dispuso a abrir la botella. Sirvió dos copas y se sentó, expectante, sobre la cama. En el pueblo las campanas tañeron: eran las doce, la hora literariamente propicia para tal encuentro. Pero no pasó nada. A excepción, quizás, de la presencia de cierto humo sonoro que contenía un mandato persistente. Una voz que, si b"
3eros PREMIOS.
- José Luis Atalaya Serna, con su relato inspirado en Castilla Termal Monasterio de Valbuena:
"Aún no sé por qué me enamoré de ella. Tal vez por sus lindos ojos del color del mar, o por su risa explosiva, o quizás por su expresiva forma de bailar. Tampoco sé por qué ella se enamoró de mí. El caso es que iba a pedirle que se casara conmigo, e iba a hacerlo a lo grande. Había reservado una suite en el hotel balneario Castilla Termal Monasterio de Valbuena, una «Escapada romántica» que incluía, además del alojamiento, acceso ilimitado a la piscina termal, almuerzo y una botella de espumoso acompañada de frutas con chocolate; a todo ello, yo había añadido un «Ritual Ribera del Duero», un relajante tratamiento con vino con el que ella disfrutaría, sin duda. Además, había comprado un anillo de brillantes que me había costado una fortuna; pero la mujer a la que estaba destinado merecía la pena. Y ahí estaba yo, delante de puerta del hotel, en medio de un maravilloso patio, más solo que la una. Ni siquiera me dio tiempo a decirle nada. Cuando llegue a casa de trabajar, vi sus maletas en la cocina. Mientras masticaba unas galletas me dijo que había perdido su amor por mí, por tanto, lo mejor era marcharse. Agarró las maletas y se marchó. Me quedé estupefacto, como si hubiera visto una película sin sentido con un mal final, con un desastroso final. Ya en la recepción del hotel, la primera contrariedad cuando me preguntaron por mi señora; les dije que me había dejado y que venía solo. En el restaurante la segunda: en mi mesa había dos platos, dos cubiertos, dos copas de vino y una botella de vino Converso que decidí bebérmela yo solito. Cogí la botella y me llené la copa. Mientras saboreaba un exquisito caldo de uva tempranillo, perfectamente equilibrado, me pregunté en voz alta por qué se llamaba Converso. —Los conversos eran trabajadores no religiosos que ayudaban a los monjes en las tareas agrícolas a cambio de comida y cobijo —oí decir a una mujer. En la mesa de al lado estaba sentada un mujer, tal vez de unos treinta y cinco, como yo. Frente a ella una silla vacía, un plato, un cubierto y una copa de vino. —Gracias. Observo que a usted también le han dado calabaza. —Mi difunto marido —dijo con naturalidad. —Perdón, no deseaba ser grosero. —No lo ha sido. Pero a usted sí le han dado calabaza. ¿Me equivoco? Saqué el anillo de brillante que había comprado para mi novia, el cual, no sé por qué, lo había traído conmigo, y se lo enseñé. —Y de las gordas —dijo ella—. Venga, siéntese conmigo a comer. A mi difunto ya no le importa, y nos vendrá bien un poco de conversación mientras comemos. Agarré la botella y mi copa y me senté en la silla del difunto esposo. Después del almuerzo paseamos por el claustro. Deambular por aquel pétreo espacio con su compañía me hizo olvidar. Luego nos bañamos en la piscina termal, y nos dimos el masaje corporal y la envoltura de vino que había contratado. Llegó la noche y cenamos en la terraza de verano. —En tu habitación o en la mía —dijo con naturalidad. Cuando una puerta se cierra, una ventana se abre."
- Yolanda Sánchez Salazar, con su relato "Juana" inspirado en Castilla Termal Olmedo:
"Juana estaba prácticamente a oscuras. La luz que alumbraba la pequeña vela era mínima y apenas se podía vislumbrar la amplia pero austera estancia. Tenía los ojos cerrados y estaba sumergida hasta el pecho en una poza de la que emergían aguas subterráneas muy cálidas. Llevaba unas horas dentro y su piel estaba completamente ajada pero no le afectaba. La vieja curandera (o bruja) de la villa de Olmedo, a la que había requerido en varias ocasiones para que se acercara al monasterio, le había afirmado encarecidamente que esas aguas naturales la curarían de su locura. Pero, ¿estaba realmente loca? ¡No, y no! se respondía a sí misma. En ese monasterio tan humilde, llamado del "Sancti Spiritus", su padre Fernando y su hijo Carlos la habían encerrado injustamente. La habían acusado de loca, tan sólo porque ella no quería doblegarse ante Dios, no quería someterse a las leyes de los hombres, tan injustos e intolerantes, no quería renunciar a amar y ser amada. ¡No, no estaba loca! Ella no era "Juana, la loca", como se rumoreaba en todos los mentideros. Simplemente estuvo y todavía estaba loca de amor por Felipe, su amado y "hermoso" esposo, pero si tenía por ello algún trastorno, como aseguraban, estaba segura de que esas calientes y minerales aguas la sanarían definitivamente. ¿Podría acaso entonces volver al lecho de su marido? La fuerza del sino lo diría. Ensimismada en estos pensamientos Juana se durmió. Y justo al apagarse la candela despertó. Al abrir los ojos, Juana contempló embelesada una lujosa habitación con amplios ventanales desde los cuales se veían unos jardines maravillosos similares a los que adornan externamente el palacio de "La Alhambra", tan adorado por su madre Isabel. En éstos se podían ver unas enormes albercas y distintas gentes paseando por los alrededores o bañándose en ellas. Juana no reconocía nada. De las blancas e impolutas paredes de esa extraña habitación colgaba una placa que rezaba "Castilla Termal Olmedo". Sorprendida pensó: ¿cómo pudo ella haber leído tal mensaje? Nunca había aprendido a juntar las letras en toda su discreta y monacal vida. Esa labor estaba destinada a los monjes copistas que trabajaban en los monasterios. En cambio, ¡sabía leer! Una voz dulce y muy cercana terminó por despertarla del todo. Su acompañante le preguntaba si había descansado bien con un tierno beso. ¡Ahora sí! Se acababa de dar cuenta de que todo había sido un sueño producido por el entorno mágico del BALNEARIO DE OLMEDO, en el cual estaban disfrutando su pareja y ella desde hacía unos días. Un paraje idílico impregnado de tanto misterio que era capaz de transportarte al siglo XVI. Sus muros medievales, sus piedras, sus habitaciones construidas sobre antiguas celdas, sus ricas aguas, sus frisos, su claustro y sus columnas te invitaban a recrear el pasado. ¿Será verdad que el espíritu de Juana anda rondando por todo el balneario? La protagonista de este relato esta dispuesta a seguir comprobándolo."
- Raquel Crespo, con su relato "Origen" inspirado en Castilla Termal Olmedo:
"Mi voz jamás ha sido escuchada. Hasta hoy. He permanecido en silencio durante toda mi vida y eso, créeme, es mucho tiempo. Porque, ¿quién querría escucharme a mí, apenas visible, casi imperceptible, tan frágil y vulnerable? ¡Pero a la vez tan poderosa y llena de la esencia pura de la vida que comparto contigo! Tenemos más en común de lo que imaginas. Mi voz habitada por mil historias pasadas, vibra deseosa por contarte la mía propia. Mi historia es también parte de la tuya. ¿Sabes? Yo soy un retazo de la historia de otros que como tú llegan a mí ignorándome. Quizá fue el ánimo de explorar lo desconocido o sencillamente la respuesta instintiva a mi ineludible destino que como un zahorí milenario me llamaba desde el exterior, lo que me impulsó a abandonar, hace siglos, mi tranquila oquedad. Mi útero materno fue un profundo y apacible acuífero subterráneo. Una acogedora cavidad donde el tiempo era tan solo un naúfrago sin prisa meciéndose sobre mí. Yo entonces era una entidad indefinida formando parte de un todo, inconsciente aún de mi propia existencia. Pero, como lo que está llamado a ser sucede siempre, me desprendí suavemente de aquella masa uniforme y adormecida de agua dulce. Adopté al instante mi inequívoca forma de gota. Por primera vez fui yo. Única e infinita. Ligera y cristalina. Libre y eterna. Desafié a la gravedad decida a emprender mi viaje hacia el exterior con el convencimiento atávico de que algo me espera fuera. Ascendí lentamente a través de las entrañas de mi madre tierra acariciando su vientre rocoso y oscuro. ¿Cómo imaginar que aquella sinuosa senda que trazaba sería tan valiosa? Emergí con esfuerzo al exterior cual criatura recién parida por su madre. Y en ese preciso instante, arrullada por la luz y el viento, hice historia. Yo, una simple e insignificante gota de agua, cambié el curso de la Historia. Cierto es que no el de la historia del mundo, pero sí la de un pequeño lugar y sus gentes. Porque yo, querido lector, no soy una gota cualquiera. Yo soy la gota primigenia que inició la leyenda. Soy la gota que dio origen al Balneario de Olmedo-Castilla Termal. Sin mí, este entorno revestido de un halo casi sagrado que ahora disfrutas, este antiquísimo recinto monacal renacido de sus ruinas que rezuma historia y donde aún resuenan los ecos de ilustres personajes (Sancha de Castilla, Juana La Loca, Santa Teresa), nunca hubiera existido como lo conoces. Ahora sé de mis beneficios y virtudes. Sé que soy solaz, retiro, descanso, sanación... Sé que despierto deseos de volver, que dejo huellas indelebles en la memoria, en la piel, en el alma. Sí, yo, una humilde gota de agua. Y si en mi sencillez natural he originado algo tan prodigioso como esto, tú, que te sumerges en mis aguas confiando en mis poderes curativos, en tu condición de humano, ¿qué no podrás lograr en tu vida? Mientras lo piensas, te espero en la piscina termal. A mí también me gusta relajarme. Ya te dije que teníamos más cosas en común de lo que imaginabas."
- Fernando Rubio Román, con su relato inspirado en Castilla Termal Monasterio de Valbuena:
"Era una noche fría de invierno cuando llegué al Monasterio de Valbuena. El edificio histórico, restaurado con gran esmero por Castilla Termal Hoteles, me recibió con sus majestuosas paredes de piedra y sus techos altos de madera. Era como si hubiera entrado en un mundo diferente, lejos del ruido y la prisa de la ciudad. Me acomodé en mi habitación, un espacio amplio y confortable con vistas a los jardines del monasterio. Al encender la chimenea, el aroma a leña invadió el aire y me envolvió en una sensación de paz y tranquilidad. Me senté en el sillón y abrí mi cuaderno para comenzar a escribir. Mientras mis dedos se deslizaban sobre el papel, mi mente empezó a evocar historias de otros tiempos. De repente, escuché unos pasos en el corredor. Me levanté y abrí la puerta, no había nadie. La sensación de que alguien me observaba me hizo erizar la piel. ¿Sería mi imaginación o había algo más? Decidí salir a dar un paseo por el monasterio, con la esperanza de disipar mis pensamientos y volver a concentrarme en mi escritura. Mientras caminaba por el claustro, vi a lo lejos una figura encapuchada que se alejaba rápidamente. Intrigado, seguí sus pasos. Al llegar a una de las antiguas celdas, encontré un cuaderno abandonado sobre la mesa. Al hojear sus páginas, descubrí que era el diario de un monje que había vivido en el monasterio hace siglos. Me quedé absorto en la lectura, fascinado por la historia. De repente, escuché unos pasos detrás de mí. Al girarme, vi al monje encapuchado que se acercaba lentamente. Me quedé petrificado, sin saber qué hacer. El extendió su mano y me entregó una llave antigua. Con un gesto, me indicó que lo siguiera. Me llevó a través de pasadizos secretos y escaleras de piedra hasta una habitación. En el centro había una cama con dosel, rodeada de velas y flores. Me miró y dijo: "Esta es la habitación de los reyes en sus visitas al monasterio. Aquí se gestaron grandes historias y se forjaron alianzas entre reinos. Hoy, tú eres el rey de este espacio. Quédate aquí y escribe las historias que este lugar te inspire". Me senté en la cama, con el corazón latiendo fuerte en mi pecho, y empecé a escribir. Las palabras fluían con facilidad. Escribí sobre el pasado glorioso del monasterio, sobre hazañas de caballeros que lo defendieron y reyes que lo visitaron. También escribí sobre cómo el monasterio había sido transformado en lugar de descanso y relajación para los viajeros hoy en día. Al terminar, salí de la habitación y me encontré con el monje. Me miró sonriendo y dijo: "Has escrito una gran historia, y honrado a este lugar con tus palabras. Guarda la llave como recuerdo y lleva contigo la inspiración que te ha dado este lugar". Agradecido, salí del monasterio con la sensación de haber vivido algo mágico e inolvidable. Desde entonces, cada vez que visito alguno de los hoteles de Castilla Termal, recuerdo aquella noche en Valbuena y me inspira para seguir escribiendo historias que honren el patrimonio de estos lugares."
- Eva Fernández Rivera, con su relato inspirado en Castilla Termal Olmedo:
"El espectáculo era sublime. Podíamos disfrutar de la nieve al aire libre, mientras nos sumergíamos en cálidas aguas termales con las burbujas acariciando nuestro cuerpo. Cuatro amigos. Las caras vueltas hacia el cielo, inmersos en el absoluto placer del momento. De vez en cuando nos mirábamos y las carcajadas brotaban de las gargantas. Copos de nieve se adherían a nuestro cabello. De repente Máximo preguntó: ¿Os imagináis algo mejor? Todos negamos con la cabeza, pero a los diez segundos le contesté: Sí, estar en el monasterio al principio, ser los primeros que lo hubieran visto. De repente el agua burbujeante empezó a crear remolinos que nos hundieron al fondo de la piscina termal. Todo sucedió muy rápido, pero aun así, pudimos agarrarnos las manos e ir juntos al viaje en el tiempo que nos esperaba. Caballeros templarios cabalgaban por el monasterio. Sus capas blancas con la sencilla cruz roja flotaban por encima de la cabalgadura. Hermosos caballos con poderosas crines relinchaban, entre un fuerte clamor de cascos. Otro remolino de agua nos trasladó a una mesa redonda. Los cuatro sentados en ella, uno tras otro, con las manos unidas y una mirada de absoluto asombro en el rostro. Alrededor nuestro, los caballeros nos contemplaban con sus copas alzadas, rebosantes de vino, bellamente decoradas con piedras brillantes, brindando en nuestro honor. ¡Por nuestros ilustres invitados! Les damos la bienvenida a nuestro recién inaugurado monasterio. Todos se pusieron de pie a la vez, uniendo sus copas en el centro de la mesa, esperando nuestra reacción. Como pudimos, nos levantamos y alzando las nuestras finalmente, juntamos todas con un choque de cristales y vino rebosante. Un caldo delicioso se derramaba a través de la garganta. La mesa era espléndida, realizada en maderas nobles emanaba un olor cálido que nos trasladó unos segundos después a un bosque. El ruido de los choques entre espadas se hacía ensordecedor. Nos encontrábamos rodeados de altos árboles, mientras los caballeros en sus caballos se debatían en una sangrienta batalla al grito de «Non nobis, Domine, non nobis, sed Nomini Tuo da gloriam». Empezamos a correr a través del bosque. A lo lejos vislumbrábamos el antiguo monasterio. Las sombras caían rápidamente tras nosotros. Entramos desaforados a través de un tenue pasillo que se fue transformando paulatinamente en el vestíbulo del actual balneario. Una señorita con la voz agradable nos dio la bienvenida a Olmedo, instándonos con una suave sonrisa, a cambiar el atuendo para la cena ya que el actual no estaba permitido. Mirándonos incrédulos, comprobamos que íbamos en bañador, descalzos y con tan solo una capa blanca con una cruz roja por encima. Balbucimos un lo siento, y corriendo nos fuimos de nuevo a la piscina exterior. Ya dentro del burbujeante agua nos miramos unos a otros y la pregunta brotó de manera unísona: ¿Ha sido real? Máximo sonriendo, levantó su mano junto a una bella copa tallada con piedras preciosas alrededor. Sí, lo fue."